En la octava lamina se vuelven a repetir los macabros motivos que ya vimos en la cuarta, lo que hace pensar que se refiere a una fase similar, solo que ahora en un arco superior de la espiral. Pero mientas que el dibujo cuarto es acaparado por el esqueleto y la vida está simbolizada solo por una tímida candela, aquí en cambio el concepto de muerte y resurrección gloriosa predominan en la imagen. La putrefacción de la semilla es siempre previa a la cosecha y aunque aquí también se produce un color negro, simbolizado por los pequeños cuervos de la izquierda, sin embargo la trompeta del ángel de la derecha evoca la esperanza de una vida superior. En el centro una figura se levanta de una fosa, junto a la que yace un cadáver. Yo me inclino a pensar que más que un sepulturero se trata de la resurrección de un cuerpo regenerado. Finalmente en el ámbito del cementerio dos arqueros tiran a una diana sobre la que se encuentra una llave secreta. Recordad que según los mitos del evangelio, Cristo, después de su humilde nacimiento en una cueva o establo, creció y tuvo que morir en la plenitud de sus facultades para llegar a la perfección divina. Igualmente la minúscula semilla o quintaesencia mineral, debe ser arrancada de su cuna, alimentada y confortada tres veces por disolución y coagulación, para sufrir posteriormente una siembra en la que se producirá la última putrefacción que la llevará hasta el estado final de Piedra Filosofal. Pero ¿cual es la tierra lo suficientemente rica para que esta semilla, al ser sembrada, produzca tal fruto milagroso? Sin duda es uno de los secretos mejor guardados de la obra y se puede decir que encontrarla es realmente «dar en el blanco». En esta fase el alquimista que ya gozaba de una cierta regeneración y vida espiritual, vuelve a verse involucrado en un terrible proceso que desafortunadamente es insoslayable en su marcha hacia lo Absoluto. El primer periodo de putrefacción lo purificó de sus apegos y conflictos emocionales y mundanos. Ahora tiene lugar el segundo, donde debe deshacerse de todas sus ideas preconcebidas, de todos sus conceptos mentales, incluyendo sus ideas a cerca de lo que pueda ser Dios, el Espíritu o la Piedra Filosofal, que incluso en este estadio avanzado de evolución resultan pueriles. En este vacío de la mente, que dejaría perplejo a cualquier psicólogo occidental, se debe coagular un nuevo orden de cosas que ya no es expresable por medio del intelecto. Los antiguos Maestros intentaron hacer referencia a esto con símbolos, pero incluso éstos son solo una aproximación, una señal en el camino que orienta la dirección de la mirada, ya que la realidad a que se refieren esta fuera del estado de percepción ordinaria del ser humano medio. Se trata de un proceso extremadamente duro y angustioso, en el cual toda la felicidad y dulzura amorosa que se había conquistado para el alma, muere repentinamente dejando al artista en la mayor de las oscuridades. Tan solo la fe puede auxiliarnos en este trance donde lo único que podemos hacer es esperar que algún día germine la nueva semilla, que por el momento permanece invisible en la oscuridad de la Nada. También esta fase es descrita por Juan de la Cruz, ya citado en la cuarta clave, cuando dice: «Esta segunda noche (del alma) es más oscura que la primera, porque pertenece a la parte superior del hombre, que es la racional, y por consiguiente, más interior y mas oscura, porque la priva de la luz racional, o por mejor decir, la ciega, y así es bien comparada a la media noche, que es lo mas adentro y mas oscuro de la noche.» Así en esta vía seca la rémora se volverá invisible en el seno de un profundo mar, donde evolucionará durante los siete días de la creación hacia la generación del Rey de reyes.