En este dibujo un esqueleto se mantiene en pie sobre un pedestal con una cruz dibujada. A su derecha tiene la luz de una vela y a su izquierda un tronco de árbol seco. Al cuervo resultante en la primera operación hay que cortarle su negra cabeza. La cabeza de cuervo es una sustancia oscura y pestilente, muy desagradable, que esconde sin embargo una clave fundamental en el arte breve. Pese a su aspecto seco y desvitalizado, representado en la lámina como un tronco de árbol seco, sin embargo guarda en su interior un núcleo de luz vital; el azufre de los filósofos, oculto bajo una gran cantidad de impurezas inservibles. La purificación de esta tierra negra suministra al artista la arcilla roja que «sirvió a Dios para crear a Adam». Cuando el alquimista se da cuenta de ello y acomete esta peligrosa operación, mientras se desprende de la tierra putrefacta un humo denso y venenoso, comienzan a aparecer problemas que adoptan diversas formas. En general suelen actualizarse multitud de asuntos pendientes en la vida, lo que ahora parece que se ha convenido designar con el término orientalizado de «deuda karmica». En realidad el asunto es muy complejo y todo se entremezcla. Lo más normal es que el conflicto se presente como una fuerte incongruencia entre lo que se «desearía hacer» y aquello que «no se tiene más remedio que hacer». Otras veces lo que hay es una sensación de vacío y soledad, casi una depresión del ánimo, con una actitud que lleva a desvalorizar muchas cosas mundanas que la mayoría de la gente persigue. A veces el ego se resiste, pero si continuamos empecinados en la calcinación de nuestra tierra, en algunas personas las cosas se ponen más duras aun. En casos extremos una presencia sombría revolotea alrededor. El alquimista o algunos de sus familiares pueden enfermar, las mascotas caseras morir y la plantas de las macetas marchitarse. Difícilmente se podrá pasar a la siguiente fase si no se encuentra una solución aceptable a estos asuntos y de hecho muchos abandonan aquí la Obra. Esta etapa del camino es bien descrita por Juan de la Cruz , místico español del siglo XVI en su libro «Subida al monte Carmelo», cuando dice: «Llamamos aquí noche (del alma) a la privación del gusto en el apetito de todas las cosas… Y este es el principal provecho que aquí el alma consigue, del cual casi todos los demás se causan; es el conocimiento de si y de su miseria, porque demás de que todas las mercedes que Dios hace al alma, ordinariamente las hace envuelta en este conocimiento.» Una vez rota esta barrera, la primera obra está cumplida y queda despejado el camino a las etapas superiores de la Alquimia.