La última figura muestra un alquimista frente a un horno donde arde un fuego violento. El sol y la luna aparecen por la ventana y abajo hay una maceta o crisol de donde nacen dos flores. A su izquierda un león devora una serpiente. Las dos flores simbolizan las dos piedras, roja y blanca. El horno es el Atanor real y eterno, y el león devorando la serpiente podría considerarse como el símbolo de la fermentación de la piedra. Esta para ser transmutativa debe ser fermentada con plata u oro según se trate de la piedra al blanco o al rojo, pues al devorar el mercurio de los metales perfectos y especificarse con su azufre, se convierte en polvo de proyección. El proceso está claramente descrito en el texto y exime de cualquier explicación. En este punto el alquimista se ve en el trance de realizar sobre él mismo el proceso correspondiente de transmutación asequible al género humano, lo que enlaza con el polémico tema de la Alquimia y la inmortalidad. La Gran Obra, la Vida Eterna, la Iluminación y el destino último del hombre. Tales son los enigmas que en realidad se pretende desvelar con la Alquimia. Las referencias a estas cuestiones no son excesivamente abundantes. Algunos autores, como Nicolás Flamel se limitan a decir que se veía «forzado a ocultar su intensa felicidad para no llamar la atención» , porque la Piedra le había «borrado el pecado original del hombre». Algunos otros de inclinación mística, tales como Sendivogius o Boehme intentan expresar cosas que en realidad no pueden expresarse, mediante diferentes discursos teológicos. Otros ni eso, y se limitan a alabar las virtudes medicinales del Elixir. En realidad aquí existen dos cuestiones diferentes. Por una parte esta el asunto de la inmortalidad física, que tomado literalmente es obviamente utópico. Existe la prolongación de la vida por exaltación de la energía vital y la salud. La cuantía de dicha prolongación es imprevisible y depende de muchos factores, tales como el estado previo de salud del alquimista. Aquel que haya perdido los riñones o el hígado, obviamente no va a regenerarlos. Igualmente influye su constitución energético-anímica. Al nacer recibimos una triple energia compuesta por la herencia, el impulso vital y una «energía primaria o ancestral». Esta triple energía se va consumiendo con los años y habitualmente encuentra en un siglo el límite máximo de sus posibilidades. En ocasiones es más escasa de lo normal y las posibilidades de vida se acortan considerablemente por activación precoz de los programas de degeneración celular, como ocurre en los síndromes de vejez prematura. La Piedra Filosofal, gracias a su gran sutileza y capacidad de penetración, es capaz sin embargo de restaurar esta energía y renovar al organismo de generación en generación, rechazando sus impurezas físicas y energéticas, pero siempre hasta ciertos límites que vienen determinados por la calidad de los factores antes citados. Pero todo esto no tiene nada que ver ni de cerca ni de lejos con la auténtica inmortalidad. El problema es más sutil, aunque admite ser razonado hasta cierto punto. Reflexionemos. El ser humano es una unidad compuesta de elementos físicos y otros que llamaremos genéricamente «espirituales». El cuerpo físico, al igual que todo sujeto que se desarrolla en el reino del tiempo (Kronos) está sometido a sus leyes de nacimiento, desarrollo y muerte. En cambio los componentes superiores del espíritu humano, se elevan por encima de este reinado y participan de la eternidad, es decir de una existencia intemporal. Nuestro problema actual es que la consciencia física del cerebro no está preparada para percibir ésto. La influencia es indirecta, a través de ideales, motivaciones superiores y «sed de espíritu» que nos llevan a una búsqueda de aquello que intuimos pero no percibimos. Tal es una manifestación de lo que el cristianismo llama «pecado original», ya que el ente humano al participar del «árbol de la ciencia de los opuestos», queda como escindido y condenado a reconciliarse con sigo mismo, a través de su propio esfuerzo evolutivo. Para ello desciende hasta el plano de máxima inercia donde comprende la esclavitud de la mente y lo engañoso de las apariencias. De esta manera comienza a buscar la esencia de donde provino, oculta en el cielo y en lo más profundo de la materia, realizando que en el Universo no hay exterior ni interior, sino que Todo es Uno. Si con un vigoroso esfuerzo de la personalidad y con ayuda de la sincronicidad hermética, convertimos nuestro cuerpo-alma en una sal purificada y sublimada capaz de recibir el influjo del hombre-espíritu, un puente luminoso llega a tenderse a través del abismo de oscuridad de la consciencia. Entonces como dice un antiguo «sutra» oriental: «el veedor (purusha) se establece en su propia naturaleza.» La conciencia cerebral es silenciosamente golpeada como por un relámpago y es entonces cuando se percibe la inmortalidad, de la que en realidad siempre hemos participado aunque no nos diéramos cuenta de ello. El Ouroboros ha mordido su cola y el ciclo de la Gran Obra se ha cumplido. Somos mortales e inmortales al mismo tiempo. Reconocemos nuestro destino y nos hacemos libres. Saludos cordiales, Abu Omar Yabir